René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Las grandes transiciones*

José Agustín

Con “La canción de Odette” (Premiá) René Avilés Fabila ha publicado ya quince títulos, -a partir de que, en 1967, apareciera su primer, provocador, libro Los juegos. Avilés Fabila ha cultivado la novela, y el relato, y su prosa se venía dividendo en una tendencia política y otra fantástica. Ahora Avilés, sobre todo después de Tantadel, parece haber encontrado un camino casi intermedio.

Como Tantadel, La canción de Odette es una novela “personal”, en la que Avilés Fabila toma elementos anecdóticos suyos o de personas que ha conocido -“Odette” debe traducirse como “Machila”-, pero también inventa historias paralelas, y con ambos elementos confecciona obras que están muy cerca de él pero que igualmente deben verse como textos que van mucho más allá de la autobiografía. En La canción…, en un principio la historia se centra en Odette, una mujer de edad, de nombre inexplicable e ingenuamente “exótico”, que se conserva bien físicamente y que muestra una verdadera tenacidad por “no envejecer”. Sin embargo, al poco rato el lector advierte que Odette y su pequeño salón más bien sirven para explorar la personalidad de Enrique quien, con su esposa Silvana, viene a ser el personaje principal.

Enrique, como el personaje de Tantadel, es un intelectual que lucha denodadamente por conservar rasgos juveniles que le parecen esenciales, pero que, al mismo tiempo, trata de abrirse a estímulos nuevos que le permitan ampliar su círculo de intereses vitales, aminorados por el alcohol y una vida dolcevitesca que sólo se redime por la cultura y la conciencia política y social.

Como en Tantadel, pero sin la fuerza ni la corrosividad de esa novela, en La canción… tenemos exabruptos de todo tipo, aunque en esta ocasión la virulencia se ha disminuido hasta lo que parecería ser el anuncio del sosiego, que se manifiesta entre espectaculares resistencias por conservar lo que el autor y el personaje consideran “la juventud”. Tenemos entonces una novela acerca de las crisis transicionales de crecimiento y de las dificultades de maduración, entendiendo a ésta como un equilibrio en la concepción del mundo en el cual se rebasen criterios inservibles ya, pero en la que no ocurra una traición esencial a uno mismo. Por eso la novela presenta una profusión fecunda, vital, aunque un tanto caótica.

Todo esto se revela en la forma. La canción de Odette está estructurada a partir de la muerte de la vieja aguerrida, amiga personal de Diego Rivera y Tina Modotti, testigo de acontecimientos apasionantes de los años treinta y cuarenta. Con gran habilidad, Avilés Fabila establece una red de flashbacks que nos proporciona los elementos sustanciales de la historia. El tono parece ser “realista”, aunque con francas incursiones al juego lingüístico y literario, a un sentido del humor un tanto amargo en su corrosividad y a veces autosaboteado por la falta de rigor; sin embargo, en varios momentos de la novela el tono “realista” se abre a escenas relativamente “fantásticas”, cuya connotación metafórica o metafísica no llega, para mi gusto, a cuajar del todo.

El final del libro se centra en esta dirección, y tenemos entonces la idea “auriana” de seres fantasmales que se materializan para beneficio del personaje principal, esto no se resuelve satisfactoriamente porque los tonos “realista” y “fantástico” chocan sin conciliarse: el tono burlón, desenfadado, casi frívolo, sabotea las posibilidades de que emerja una atmósfera misteriosa, intrigante, poética, que enfatizara la fusión de niveles de “realidad” e “irrealidad”.

Sin embargo, la proposición es bien válida, aunque no llegue a redondearse debidamente, por que todo el libro se lee con gran facilidad; Avilés Fabila eligió un lenguaje más o menos directo, sin falsas ornamentaciones (salvo las aplastantes referencias culteranas) y sin retóricas manidas. Avilés no quiere uncirse a sistemas narrativos prestigiados y esto, aunque en momentos lo haga caer en cierta convencionalidad de lenguaje, le permite solidificar su propia identidad literaria.

Esta novela, como se ha podido ver, es una continuación directa de Tantadel, que le permitió al autor romper con viejos conceptos y autorreconocerse. En La canción de Odette este proceso avanza, pero la indefinición de tonos señala un riesgo: la posibilidad de que Avilés Fabila se quede dando vueltas en torno a un centro que puede debilitarse. Esto ocurre, por una parte, por la complacencia que implica regodearse con obsesiones personales y con los fantasmas de Silvana y de Odette; al quedarse tan abiertamente con estos fantasmas, Enrique puede quedarse también como ser fantasmal; Odette, por supuesto, implica un mundo de superficialidades, por más mágicas que parezcan ser, que ya ha envejecido; Silvana es una imagen materna cuya muerte, literariamente al menos, sería comprensible.

Por último, en Tantadel se tocaba fondo, pero eso no sucede en este libro; sin embargo, existe en toda la novela una gran tensión subyacente entre todas las polaridades, y esto, al menos para el lector como yo, es algo fascinante.

* Publicado en Excélsior. México, D.F. lunes 23 de agosto de 1982.