René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

La canción de Odette*

Luis G. Basurto

Aunque prefiero -enseñanza visceral que recibí de mi maestro y amigo, el gran pintor Manuel Rodríguez Lozano- la puñalada a la explicación, me siento impulsado a explicar que no soy ni pretendo ser crítico literario y que, por lo tanto, estas líneas son solamente la expresión de las emociones que han suscitado en mí la lectura del bellísimo relato (¿novela acaso?) de René Avilés Fabila, publicado en la serie de lecturas mexicanas por la SEP.

Como el perfume de que hablaba Proust en una de sus obras, La canción de Odette, me trajo de pronto vivencias de mi adolescencia, de mi juventud y aun de mi madurez. Vivencias sentimentales, tal vez románticas, provocadas por un texto cuyo rigor intelectual y maestría están fuera de duda, aunque no lo excluyan, a mi parecer, la emoción que ennoblece a cualquier forma de tarea literaria; aún a la de apariencia más abstracta. Esto siento, aunque quizás no todos los críticos especializados piensen lo mismo, y hasta lo consideren primitivo y tal vez superficial. Dejo en sus manos el análisis y comparación -instrumentos tradicionales de la crítica- de esta prosa que sí me atrevo a calificar como poética, en su más alto sentido.

Se ha dicho que Avilés Fabila considera que la tarea que se impuso al convertirse en narrador es satirizar los aspectos estúpidos o amargos del mundo que le tocó en suerte habitar. No he percibido (o no he querido percibir) sátira preconcebida en este relato, ni estupidez que pudiera ser objeto de ella, en la magnífica figura de Odette, aunque posiblemente sí en algunos corifeos que la rodean. En cuanto a la amargura, me parece que ha sido reflejada, en torno de la protagonista, con una mezcla de compasiva y tierna admiración, y también con amor.

Una forma amorosa muy diferente a la que une al narrador creado (¿recreado?) por Avilés, con Silvana, también como protagonista, pero que, lo confieso, ha pasado a segundo término en mi interés, pues a Odette la he conocido, la he reconocido, movido sin duda por la nostalgia, como presencia mágica en diferentes épocas de mi vida. Por eso quiero hablar de ella, y no de la segunda. Ya otros lo harán, dándole la importancia que se merece, en la corriente subterránea que envuelve su amor y desamor.

En el epígrafe que preside a esta canción, con una cita de Jacques Casotte, parece resumirse la personalidad de Odette: “El hombre salió de un puñado de barro y agua. ¿Por qué una mujer no habría estar hecha de roció, vapores terrestres y rayos de luz, de los condensados residuos de arco iris? ¿Dónde reside lo posible…?

¿Dónde lo imposible?”

Decía Maupassant que escribir es el arte de recordar con ayuda de la imaginación. ¿Habrá hecho lo mismo este escritor, uno de los más brillantes y profundos de su generación? Quiero creer que sí, aunque no trato de establecer paralelos ni relaciones literarias entre ambos. De todos modos, yo, y muchos (estoy seguro), podemos recordar algunas Odettes, a lo largo de varios lustros. Sin pretender, con esta afirmación, que Avilés Fabila haya escrito la biografía de una mujer determinada. Aún antes de que él naciera, ya ella existió. Antes de que empezara su quehacer literario también. Y así sucesivamente, hasta hoy. La Odette que él reconoció, recordó o simplemente imaginó, es como una sucesión de espejos que han reflejado la imagen de un ser excepcional, duplicado y centuplicado, con diversos tonos, colores y matices internos y exteriores: privilegio del escritor que crea o recrea -repito- la realidad. Y que la adivina también.

Sería muy fácil caer en la tentación de identificar a Odette, a la de esta canción, con otras que hemos conocido. Y sería ridículo. ¿Aquella musa de pintores famosos? ¿Aquella dama aristocrática venida a menos? ¿Aquella belleza decadente convertida en anciana que no supo o no pudo encontrar en la muerte voluntaria la liberación de sus demonios? ¿Esta señora insólita y extravagante, para ojos superficiales, que aún se aferra a la vida? ¿La aguerrida y rebelde que se suicidó para huir de la vejez y de la compasión ajena? Todas y ninguna en especial. En cada una hay rasgos, actitudes, desplantes contradicciones similares. Y un amor a la vida, a la belleza, a la paradoja emocional, a mil poses y máscaras que ocultaban la grandeza humana de este personaje frívolo y profundo, alegre y trágico, generoso y a veces sórdido, protector y desamparado, pero cubierto de rocío, de luz y de todos los vapores terrestres. Todas ellas fueron o son la Odette del relato de Avilés Fabila. Como si a todas las hubiera conocido. Como si a todas las hubiera amado. Como si hubiera compartido con cada una de ellas esa grandeza luminosa y sombría, que ha conmovido.

Odette, la de esta novela o narración, vivida, imaginada, o las dos cosas a la vez, resulta, en fin de cuentas, para mis recuerdos de ayer y de hoy, con su miedo a la inmortalidad que deseaba, la más real, la mejor comprendida, la verdadera. Y ante su presencia, las otras se alejan como sombras, vivas o muertas, encerrándose en sus espejos para dejar en nuestra mente y en nuestro corazón la identidad de un ser que fue puro, quemándose en los siete pecados capitales, de la misma manera que el color es blanco cuando se concentran todos los colores del arco iris.

Tantadel es otro espléndido relato contenido en este libro. Más importante tal vez literalmente, que el que he comentado. Que me perdonen los críticos, el mismo autor, por haber preferido a Odette.

* Aparecido en Excélsior. La cultura al día. Martes 24 de diciembre de 1985.