René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

La Canción de Odette*

Marco Antonio Campos

René Avilés Fabila ha frecuentado en sus libros principalmente el género fantástico y político, con mayor fortuna, nos parece, aquél. Asimismo un elemento constante en su obra ha sido el humor, que llega a ser acre, despiadado, y con el que ataca lo que puede haber de falso en la política, en la sociedad, en la amistad, en la relación de la pareja. Esta novela (la cuarta de él) puede parecer al principio una buena narración frívola, con fulguraciones humorísticas y reproducción de ambientes semiartificiales y donde apreciamos los fulminantes epigramas de Odette, personaje central de la novela, reconstruida por Enrique, pluma y voz.

Enrique, que vuelve de Francia y se entera de la muerte de Odette, y quiere saber la verdadera causa. Desde allí, a la busca de los datos precisos, rehace, no sólo lo que fue ella, la vida con ella, sino la del grupo que la rodeó, incluidos él mismo y Silvana, quien fuera su mujer. Poco a poco lo que puede parecer o aparecer como frívolo va tomando un peso cruel, amargo. Pocos personajes salen indemnes de ese mundo espléndidamente superficial que construye la burguesía con o sin pretensiones intelectuales: Odette -quien se salva-, que vive siempre como una presencia fúlgida, y que en ausencia es una sombra constante y hermosa: el amante de ella, Sergio, un pobre diablo que no puede ofrecerle más que su propia juventud; Chas y Gras, “un matrimonio excepcionalmente ridículo”, correctamente ineptos para afrontar con un mínimo de imaginación en la vida: Beatriz (¿Cuántas hay?), esas muchachas ricas con opiniones de izquierda, que sólo sirven para escandalizar a sus parientes y amigos y de quien Odette opinaba a sus espaldas: “pobrecita tiene la ignorancia del proletariado que pretende defender, los defectos de la clase media, la estupidez de la gran burguesía y la fealdad de todas las clases sociales”: Luis, el escritor que hablaba de una novela que estaba escribiendo y que nunca mostró una línea; una modelo, Lody Mary, cuyo nombre la presenta a ustedes; Manuel Fabregar, un aristócrata de pacotilla; Javier Guerrero, al llamarse igual (cámbiese la J por la X) al famoso pintor mexicano, se presta a deliciosos absurdos; y por supuesto Enrique y Silvana, cuya relación va convirtiendo en el centro de la narración con sus luces y sombras; los enfermizos desesperados celos de Enrique van destruyendo el lazo de una relación cada vez más frágil que tuvo momentos plenos y hermosos -y pudo haberlos más- hasta que es imposible la continuación.

Vista desde dentro, es ésta una crítica más firme y honda a la burguesía, que esos textos en que los burgueses son blanco fácil de juicios simplistas y adjetivos abrasadores. Aquí se muestran los juegos desesperados para desterrar el hastío, la sed de vivir “con intensidad” una vida, la pose, los falsos oropeles, los fuegos fatuos.

Por sus destellos de humor por su corte sentimental, La canción de Odette es, en el buen sentido, ligera. Y ya una novela que se lee con agrado, que tiene una hondura humana -entre tantas gratuidades estructurales, entre tantos homenajes deliberados o inconscientes de la vulgaridad o al fácil artificio- es plausible. La escritura, y quién no lo sabe, puede ser un deleite o un sufrimiento; la lectura creemos, debe ser siempre un deleite: que un libro no vaya como dice Cortázar, contra la ley de la gravedad. Y más claro si es narrativa.

* Aparecido en la revista Proceso. 2 de agosto de 1982. No. 300.