René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Agenda Ciudadana - ¿Un gran solitario en palacio nuevo?*

Lorenzo Meyer

DIAGNÓSTICO

Alfred Stepan y Cindy Skach, entre otros, han argumentado que el parlamentarismo y no el presidencialismo es el marco institucional más apropiado para consolidar una democracia nacida de la caída del autoritarismo (“Constitucional Frameworks and Democratic Consolidation: Parlamentarism versus Presidentialism”, en World Politics, v. 46, octubre 1993, pp. 1-22). La tesis se funda en buenas rezones, pues en un sistema parlamentario no le sucedería al jefe del Poder Ejecutivo lo que hoy le está pasando a Vicente Fox: que tiene aun el apoyo ciudadano pero no el del Legislativo y no puede sacar adelante su proyecto político.

En un sistema parlamentario el desencuentro entre Fox y el Congreso llevaría a un voto de no confianza y a nuevas elecciones. Y sí hoy en México hubiera nuevas elecciones, podría surgir un nuevo equilibrio entre los partidos o, quizá, un nuevo sistema de partidos. En cualquier caso, el Ejecutivo tendría la base política para intentar consolidar el nuevo régimen y disminuiría la incertidumbre que hoy produce el intento de consolidar la democracia con un Presidente aislado.

El título de esta columna está por el que dio René Avilés Fabila a una novela que, a su vez, buscó captar las características del autoritarismo priista al final de su “período clásico”: 1968. El solitario de Palacio” de Avilés imponía su voluntad mediante un poder brutal, corrupto y sin límites. Era ese poder el que aislaba al personaje central. En contraste, el nuevo “solitario de Palacio” está adquiriendo su condición de soledad por la razón opuesta: el cambio de régimen clausuró algunos de los viejos puentes entre la Presidencia y la sociedad (política o civil), pero también porque nuevos actores, que ya no están subordinados a la voluntad del Palacio, están bloqueando los puentes que quedan en pie.

En el antiguo régimen el jefe de gobierno siempre podía controlar no sólo a su partido como tal, sino también al amplio mundo de organizaciones sociales, cuyos hilos siempre se movían en apoyo del “señor presidente”: sindicatos, uniones campesinas, cámaras de industriales y comerciantes, agrupaciones de prestadores de servicios -taxistas, voceadores, vendedores de billetes de lotería, etcétera-, colegios de profesionistas y muchas más. Pues bien, la nueva Presidencia mexicana, la democrática, ya no tiene ni debe tener el control de esa red corporativa. Ahora, como se vio el l° de mayo, el mero intento de negociar el apoyo de los sindicatos en público puede llevar a un rechazo humillante. El otro instrumento de comunicación y control de las bases sociales del que desde 1935 dispuso el jefe del Poder Ejecutivo fue, obviamente, su propio partido. Hoy también ése podría ser el caso, pero no lo es. En efecto, cuando apenas el Presidente estaba tomando el control del ineficiente y corrupto aparato gubernamental, el poderoso grupo que controla el PAN decidió impedir que el foxismo usara el partido como instrumento para poner en práctica su agenda política. Así, en vez de que el PAN uniera al Presidente con la sociedad, lo está aislando.

En este momento, y para impulsar sus políticas, la Presidencia está dependiendo casi exclusivamente de la capacidad de comunicación directa de Vicente Fox con la ciudadanía. Sin embargo, y pese a la notable capacidad del Presidente como comunicador, la situación ya no es sostenible por el alto grado de desgaste que produce -como ejemplo, baste recordar el rudo intercambio de puntos de vista entre el Presidente y una ciudadana poblana a propósito de la política fiscal y que fue captado y transmitido por televisión a inicios de mayo. En efecto, incluso si el Ejecutivo lograra mantener a lo largo del sexenio el respaldo de la opinión publica, un Congreso hostil, gobernadores levantiscos o sindicatos que buscan negociar desde su nueva condición de independencia pueden echar por tierra los proyectos presidenciales. Tal situación puede desembocar en el empantanamiento.

UN CÍRCULO VICIOSO

Cuando la antigua Presidencia autoritaria vivía su apogeo, la “aprobación” de la sociedad respecto a la persona y po¬lítica del Presidente, simplemente se daba por descontada. El Ejecutivo disponía del control de los medios masivos de comunicación que le fabricaban la imagen a la medida de sus deseos. En el “post clásico” priista -los últimos 30 años-, la figura presidencial empezó a ser públicamente cuestionada, pero hasta el final dispuso de un instrumental mínimo para mantener un grado relativamente alto de aceptación, y el mejor ejemplo de lo anterior fue Ernesto Zedillo, personaje que, según las encuestas, y pese a sus obvias fallas, mantuvo una aprobación de dos tercios.

La Presidencia actual, por más conocimiento mercadotécnico que tenga - ¡y vaya que quien tuvo la responsabilidad de manejar a Coca Cola en México debe tenerlo!-, está sometida a un escrutinio impensable en otra época. En cualquier caso, las encuestas de opinión nos dicen que entre febrero y mayo la popularidad del presidente Fox bajó del 70 al 65 por ciento, pero lo más importante es que el 53 por ciento de los que votaron por él en el 2000 dije¬ron que no lo hubieran hecho de haber conocido su proyecto de reforma fiscal (Reforma, 7 de mayo).

En sí misma, la pérdida de popularidad no es indicador del mal gobierno ni tiene por qué impedir a un Presidente llevar adelante su proyecto. Es más, en ciertas circunstancias, el verdadero estadista está obligado a sacrificar popularidad e imponer medidas dolorosas en función de objetivos de largo plazo. En el caso de Fox, la pérdida en la aprobación pública no ha llegado aún a niveles peligrosos -en Estados Unidos George W. Bush, por ejemplo, gobierna con efectividad con un porcentaje de aceptación del 60 por ciento-, pero lo delicado es que, como ya se dijo, esa popularidad -consecuencia de la legitimidad de su victoria electoral- es el principal o único instrumento de gobierno del Ejecutivo. Y es justamente en ese hecho donde se encuentra una gran debilidad y el inicio de un círculo vicioso.

La imagen positiva con que arrancó el gobierno de Vicente Fox tenía como origen una verdadera hazaña; la expulsión del PRI de “Los Pinos” a pura fuerza de voto. Sostener o aumentar esa popularidad habría sido, en sí misma, otra hazaña en una situación de contradicciones sociales tan agudas como las que hay en México. En cualquier caso, Fox hubiera tenido que mostrar no sólo equilibrio sino efectividad como gobernante. En un primer momento, la aprobación del presupuesto presidencial del 2001 en el Congreso o la forma como enfrentó el gobierno federal la emergencia provocada por la súbita actividad del volcán Popocatépetl, hicieron suponer que con una gran aceptación entre la ciudadanía, el nuevo gobierno podía ser no sólo legítimo sino efectivo. Sin embargo, la reforma constitucional anunciada el 5 de febrero -obviamente, la democracia requiere, un marco político y legal diferente del que rigió durante el régimen autoritario del siglo XX- ya no tuvo apoyo entre las partidas y debió ser discretamente relegada al ámbito secundario de una instancia fantasmagórica –el Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana- y su impulsor -Porfirio Muñoz Ledo- fue enviada, al exterior.

Acto seguido, la presidencia debió encarar el problema creado por la rebelión indígena en Chiapas y la decisión de los mandos del insurgente Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de viajar a la capital para presentar en el Congreso federal su punto de vista en relación al proyecto de reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas. Fox aguantó muy bien la enorme presión que le hicieron las élites para que impidiera la movilización y propaganda que implicó el viaje de los dirigentes. Sin embargo, cuando los acontecimientos hacían prever el reinicio de las tantas veces anunciadas por Fox, negociaciones de paz entre los rebe1des y el gobierno, el Legislativo echó un balde de agua fría sobre la política presidencial. La propia dirigencia del partido del Presidente, el PAN, en una alianza con lo más conservador del viejo partido autoritario –el PRI-, modificó el proyecto de reforma en un sentido que, se sabía, provocaría el alejamiento del EZLN (y del Congreso Nacional Indígena) de la mesa de negociaciones. Así, lo que pudo haber sido un éxito político nacional e internacional del foxismo se transformó en un fracaso e hizo patente que la política presidencial había sido desautorizada por el propio partido del mandatario.

Una victoria en la arena de los derechos indígenas hubiera dado al ejecutivo elementos desde la izquierda para enfrentar la fuerte reacción popular en contra de la iniciativa política presidencial de derecha más importante hasta ahora: la eliminación de la tasa cero del impuesto al valor agregado (IVA) en alimentos y medicinas. En este caso de política fiscal claramente regresiva, el PAN -que ya ha perdido también terreno frente a la opinión pública- sí ha aceptado apoyar a su Presidente, pero sin entusiasmo, buscando que el costo principal lo cargue Fox. Sin embargo conforme pasa el tiempo y la desaceleración de la economía aumenta, resulta más difícil que a la facción panista en el Congreso se sumen los apoyos que la iniciativa presidencial requiere para salir adelante. Hoy el Presidente pareciera ir corriendo sin poder llegar adonde quiere. Es tiempo que se detenga, vuelva a calcular y pensar tanto objetivos como estrategias.

LAS SALIDAS POSIBLES

Hay que partir del hecho que, por su naturaleza, el gobierno de Fox no puede marchar más que con rumbo a la derecha, pero dentro de ese límite que le da su propia naturaleza, puede negociar sus grandes proyectos políticos, económicos y sociales con lo que hay de izquierda en el país y con sus varias derechas. Para ello y en primer lugar, el Pre¬sidente puede negociar con quienes hoy controlan al PAN mediante una concertacesión sistemática, como aquéllas que la dirección panista hizo con el presidente Salinas de Gortari: el gobierno federal acepta esto y aquello que los barones del PAN exigen o desean y, a cambio, ellos, la partidocracia, no sabotean estas y aquellas iniciativas de ley enviadas por el Presidente al Congreso. Ésa es una salida, otra es lanzar toda la fuerza de una Presidencia legítima en con¬tra de la oligarquía que hoy gobierna el PAN, alentar una rebelión dentro de ese partido, y ganar para la Presidencia a un grupo sustantivo de legisladores y poner al partido de Manuel Gómez Morín en sintonía con el foxismo.

Otra línea de acción posible es la que tiene que ver con la relación entre el Presidente y lo que queda del PRI. Has¬ta hoy, se ha impuesto en el que fuera el partido de Estado, la línea más negativa y ajena al proyecto de consolidación de la democracia. Sin embargo, y apelando al instinto priista de apoyar al Presidente -a cualquier Presidente- el equipo foxista puede trabajar para establecer un acuerdo de apoyo mutuo con lo menos autoritario del PRI. Además, como se demostró en el caso del problema indígena en determinadas condiciones, el PRD puede ser un aliado del Presidente siempre y cuando éste haga la tarea y modere su derechismo natural. También existe, al menos en teoría, la posibilidad de intentar dar forma a un partido del presidente Fox. "Los Amigos de Fox" pueden ser el pie de cría, aunque ese camino sólo ofrece ganancias en el mediano plazo -en la siguiente ronda electoral- y un choque más abierto con el PAN en el corto plazo.

Ya nadie puede recrear la estructura de subordinación del corporativismo obrero y campesino al Presidente, y que fue el sello de la casa priista en su época de esplendor. Sin embargo un equipo foxista organizado y sabiendo claramente qué es lo que quiere, puede empezar a negociar apoyos de las organizaciones sociales para políticas presidenciales específicas. Casi cualquier política de las señaladas, o una combinación de las mismas, requiere desde ahora una decisión al más alto nivel y la construcción de un equipo de cabildeo identificado plenamente con el Presidente, equipo que hoy por hoy no parece existir.

Para concluir, lo ideal para transitar a la democracia sería contar con un sistema parlamentario y no presiden¬cial, por ser ese marco el que permite una expresión más genuina y flexible de los equilibrios de poder y de las prefe¬rencias sociales en las acciones del gobierno. Sin embargo, como ése no es hoy el caso en México, el Ejecutivo debe actuar con imaginación y decisión para salir del pantano en que se encuentra. Y no sólo por el bien de su Presidencia, sino por la consolidación de la democracia mexicana.

* Aparecido en el periódico Reforma. Jueves 17 de mayo del 2001 18ª.