René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

La añorante ciudad de René Avilés Fabila: Antigua grandeza mexicana*

Mario Saavedra

“Para mí, de niño, en plena Segunda Guerra Mundial, el Centro
(así, con mayúscula), el hoy llamado Centro Histórico, era mi casa,
mi escuela, mi vida, el ombligo del mundo, era México”

El pasado domingo 30 de enero, quienes queremos y admiramos a René Avilés Fabila corroboramos el cierre de un año de más que merecidos homenajes en sus setenta años de vida, cincuenta de ellos dedicados en cuerpo y alma a su pasión primera: la literatura. Conmemorando en igualdad de circunstancias a quien ha dicho tener en el periodismo a su amante no menos fiel, fuimos además testigos de una mesa de honor en la cual coincidieron, con sendas participaciones para evocar al también catedrático y amigo entrañable y generoso, en un iluminado encuentro de múltiples sensaciones y tonalidades en la bien remodelada y abierta Sala Manuel María Ponce del Palacio de Bellas Artes: Silvia Molina, José Agustín, Eraclio Zepeda, Bernardo Ruiz y, como moderador de lujo, Miguel Sabido… Pero no podía tratarse, ni mucho menos, por la personalidad del celebrado y sus cómplices colegas, de una velada de moderaciones, porque en ella se desbordó ingenio, nostalgia, sentido del humor, vital apasionamiento, como signos distintivos de existencias transidas por el peso específico de la “verdad verdadera”, parafraseando a Italo Calvino.

Tarde señera por el predominio del buen juicio y la vastedad de emociones encontradas, de vívidas añoranzas, fue el preámbulo de la presentación ocho días después de un libro emblemático: Antigua grandeza mexicana. Nostalgias del ombligo del mundo, en la misma Feria de Minería donde hace un año arrancó esta suma de festejos para distinguir a quien no con menos crédulo humor ha dicho, para “beneplácito” de sus más enconados detractores, haber empezado a celebrar ya los setenta y uno. Detallada geografía de una ciudad casi mítica que ya no existe en el inconsciente colectivo de generaciones más recientes, René construye un apasionado y sensible itinerario por un México que lo vio nacer y crecer, que se gozaba por su entonces todavía entrañable fisonomía a la vez monumental y doméstica, de humanas proporciones, que con su sabor de “capitalina provincia” aún no carcomida por la “modernidad a ultranza”, por la vastedad sin límites, dejaba igualmente atónito a quien la vivía o apenas la visitaba.

En esta más que evocadora Antigua grandeza mexicana se reconocen por igual el ensoñador recuerdo y la nostálgica añoranza, la desbordada memoria de una ciudad entonces seductora y el inquisidor juicio de quien ahora ya no la reconoce devorada por la sobrepoblación y el crecimiento desbordado y anodino. Y sí, a mediados del siglo XX México era todavía algo así como el “ombligo del mundo”, la región más transparente del universo retratada por Carlos Fuentes, o el otoño deslumbrante de El sol de octubre de Rafael Solana, porque en su aún familiar semblante convidaba al íntimo y sorprendente hallazgo. Como escribiera Marcel Proust en su paradigmática novela-río À la recherche du temps perdu, el tiempo recuperado aquí a través de la memoria desbordada por la emoción de los recuerdos no es ni mucho menos aquél que hemos malgastado, sino el que reconquista la pasión en vilo del amante leal; en otras palabras, el tiempo recobrado es constancia inefable cuanto hemos vivido y se ha esfumado como el aire porque, como dijo Heráclito de Éfeso: “El paso del tiempo es implacable y nunca volveremos a bañarnos en las aguas del mismo río”.

Ciudad entonces donde todo tenía rostro y nombre, donde artistas e intelectuales se agrupaban generacionalmente en torno a aficiones y rechazos compartidos, o donde se discutían juicios e ideas con esa pasión de quien sabía dónde estaba y se identificaba con un México con aspecto todavía armónico, René Avilés Fabila nos entrega con su apasionante Antigua grandeza mexicana además una crónica sucinta de los entretelones de una capital aún con vida propia. Años gloriosos por lo que entonces se debatía y cómo se debatía, por lo que estaba en juego y se construía sobre la marcha, en aras de una contemporaneidad con rostro propio y de cara al mundo, René nos constata por lo menos aquí esa otras veces ilusoria idea de que todo pasado fue mejor, en cuanto el México que vivió ese primero niño, luego adolescente y más tarde joven, sorprendido por lo que pasaba a su alrededor, tenía principio y fin, origen y destino.

Escrito en el estilo característico de un polígrafo cuya despiadada pluma difícilmente deja títere con cabeza, siempre con humor e ironía magistrales, el René Avilés Fabila del bellamente escrito autobiográfico Antigua grandeza mexicana. Nostalgias del ombligo del mundo nos regala además el efluvio añorante de quien vivió esta ciudad en primera persona, de la mano de una madre que lo marcaría sustancialmente. Como dice la historiadora de arte Martha Fernández en su no menos resplandeciente prologo: “…la mayor virtud de esta obra es que se trata de un libro de amor y pasión por la ciudad, por su historia, por su cultura y por su arte…”

.* Antigua Grandeza Mexicana - Nostalgias del ombligo del mundo - México, Editorial Porrúa, 2010