René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Exlibris René Avilés Fabila... de los 70 a los 50*

Bernardo González Solano

Hace 49 años, en 1962, conocí a René Avilés Fabila. Formábamos parte de la Generación 1962-1966 en la especialidad de Diplomacia en la inolvidable Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

Nuestra generación fue parca, con algunos reprobados no sumábamos una veintena. Entonces, no había posibilidad de disimulo: nos caíamos bien, o todo lo contrario. Entre René y yo hubo empatía inmediata. El tiempo diría por qué.

Aunque siempre fuimos amigos, nunca trabajamos juntos. Quizás por esto salvamos la amistad y muchas otras cosas.

A casi medio siglo de distancia —¡carajo!, apenas me percaté de ello el domingo 30 de enero pasado-, asistí, con total beneplácito, a una reunión en la sala Manuel M. Ponce, del Palacio de Bellas Artes, con motivo de los “50 años de Literatura” de René Avilés Fabila.

Como figura principal, dijeran los cronistas taurinos, René tuvo plaza llena. Ni un sólo asiento de la legendaria sala estuvo vacío. Sus alternantes fueron de primera: José Agustín (su amigo desde la escuela secundaria); Silvia Molina, Bernardo Ruiz y Eraclio Zepeda. Como jefe de plaza actuó Miguel Sabido. Por doble motivo: los primeros 70 años de vida de René y 50 de escritor.

A diferencia de otros actos similares, el dedicado a Avilés Fabila se distinguió por su calidad humana. Nadie resaltó las sobrenaturales dotes de escritor de René, sino su gran calidad humana que le ha permitido incursionar en distintos géneros literarios y en el periodismo cultural y político, amén de su práctica magisterial que no robó sino mamó: sus padres fueron maestros y varios de sus ascendientes con una relación íntima con los libros, con los periódicos, con las letras.

René Avilés Fabila es un personaje predestinado: siempre he creído que debe ser el mejor escritor de México. El mismo René afirma que es mejor cuentista que novelista. Lo cierto es que varios de sus títulos ya forman parte del acervo literario mexicano de la segunda mitad del siglo XX y de lo que resta del XXI.

Es posible que en su próximo año sabático, que podría tener lugar en España, Avilés Fabila pergeñe su mejor libro. A veces la lejanía del terruño aviva la creación artística más de lo que uno supone. Al tiempo. La bibliografía del antiguo militante del Partido Comunista incluye cuentos, novelas, memorias, ensayos, y una larguísima lista de artículos periodísticos. Su labor intelectual la ha aplicado, en gran medida, a dictar cátedra universitaria y a dirigir suplementos culturales: El Búho es histórico, pese a sus combates que ya han hecho historia en los medios nacionales. De los envidiosos más vale no recordarlos. Bien lo dijo Don quijote.

En la sala Manuel M. Ponce hubo un momento en que la sensibilidad de René afloró con toda sinceridad. Silvia Molina se refirió a la emoción que le provocó leer El libro de mi madre.

Con voz quebrada, René dijo que a lo mejor no debió escribir ese libro, pues lo que ahí cuenta pertenece a sus sentimientos más íntimos, el amor por su madre, la profesora Clemencia Fabila Hernández. Las circunstancias de su muerte. Contó René que cuando su madre enfermó nada hacía prever esa circunstancia, fue inopinado. En aquellos momentos se preguntó que en realidad no conocía bien a bien a su progenitora, que había cosas que no sabía. ¿Por qué se divorció de su padre? Entre otras muchas cuestiones que influyeron en su vida. Creo que ese momento fue el más emotivo del acto.

Eraclio Zepeda y Bernardo Ruiz abundaron en la vida y la obra del amigo homenajeado. El anecdotario dio para mucho. Tanto en lo profesional como en la vida común y corriente. La de todos los días. La importancia que ha tenido en la vida del escritor, Rosario, su esposa, a la que conoció desde los días preparatorianos, “cuando el talento mató al carita”, puntualizó Avilés Fabila. La presencia y el apoyo constante de su esposa son innegables. Los comentaristas puntualizaron el hecho. Last but not least, claro está, René tomó la palabra y, se tiró a fondo: “Hoy voy a hablar de lo que más me gusta: de mí mismo, de mi autobiografía, que tengo varias que siempre las cambio… De ahí p’al real.

A más de escritor es buen narrador. Sabe contar las cosas. En la radio o en la televisión no lo haría mal. No es actor. Es narrador. Sabe contar las historias. Atrapa al público. Al fin, de eso se trata: en cuento o novela, el chiste es contar historias. Las propias y las de otros. La literatura así funciona.

El acto fue anunciado como: René Avilés Fabila, 50 años de Literatura. Éste fue el primero de una serie de homenaje a escritores mexicanos. En el mes de noviembre pasado, el mes del natalicio de Avilés Fabila en 1940, apareció uno más de sus títulos: Antigua grandeza mexicana. Nostalgias del ombligo del mundo. Editorial Porrúa, 105 páginas.

Como buen hijo del Valle de México, René Avilés Fabila emuló, a petición de Silvia Molina, a dos célebres cantores de la ciudad de México: Bernardo de Balbuena, el obispo español que en 1603 versificó la Grandeza Mexicana; y a Salvador Novo, que en 1946 escribió la Nueva grandeza mexicana.

Tal y como me sucedió con estos libros, el de René lo leí de una sentada. “Al ir de paseo” con mi antiguo condiscípulo recorriendo desde la Plaza de Santo Domingo hasta el Palacio de Bellas Artes, comprendí por qué razones tuvimos empatía desde que nos conocimos. Muchos lugares, muchas personas, muchas circunstancias nos unieron sin saberlo. La vida es así dijera Ciro Alegría, o El mundo es ancho y ajeno.

Antigua grandeza mexicana demuestra el gran amor que le profesa René Avilés a la ciudad de México. Paso por paso, el escritor cuenta cómo fue conociendo la ciudad de la mano de su madre o junto a su padre.
Por cierto, el profesor René Avilés Rojas también fue editor de libros. Un buen día René me regaló una de las ediciones que había hecho su progenitor. Se trata de un volumen con la poesía de Porfirio Barba Jacob, el autor de Acuarimántima: “Hay días que somos tan lúbricos, tan lúbricos...”.

Según me confesó René, ese volumen no lo tenía en su biblioteca. El mío lo conservo bien guardadito. Algunos “amigos de lo ajeno” me han birlado uno que otro librito.

A semejanza de Bernardo de Balbuena y de Salvador Novo, René recorre la ciudad y cuenta “las nostalgias del ombligo del mundo” Se duele de los destrozos que al paso del tiempo los políticos han hecho de la gran urbe, ahora megalópolis.

Cuenta, por ejemplo, cómo José Vasconcelos construyó el edificio de la Secretaría de Educación Pública. Incluye en su texto parte del discurso que pronunció el célebre oaxaqueño autor del lema universitario “Por mi raza hablará el espíritu”.

A la letra, Vasconcelos dijo: “En efecto era necesario alojar la nueva Secretaría de Estado en alguna parte, y aunque los ricos de los barrios elegantes de la ciudad, incitados por el afán de lucro, se apresuraron a ofrecer en venta sus casas, yo las hallé tan inútiles, que para deshacerme de inoportunos dije una vez a un propietario introduciéndolo al aula mayor de la Universidad Nacional: ‘Mire usted, su casa cabe en este salón, no me sirve’.

“Así era, en verdad, puesto que nosotros necesitábamos salas muy amplias para discurrir libremente, y techos muy altos para que las ideas pudieran expandirse sin estorbo. Sólo las razas que no piensan ponen el techo a la altura de la cabezal”. Curiosamente esta tesis la he defendido más de una vez. Y por ello afirmó que los gobiernos actuales hacen “conejeras” llamadas “casas de interés social”. Si lo duda visite una unidad habitacional en el Distrito Federal, las que han hecho desde Cuauhtémoc Cárdenas hasta Marcelo Ebrard. No piensan. Le ponen techo a las ideas.
En otra parte de su recorrido por la Antigua grandeza mexicana, Avilés Fabila habla de las librerías de viejo. En una de ellas, René y yo, y muchos otros, afianzamos nuestra identidad con la lectura, los libros y la cultura en general. Dice René: “Atrás de Bellas Artes, en Hidalgo (el numero era 81-A), podíamos encontrar varias librerías de viejo que han desaparecido... Una merece especial atención, Libros Escogidos, a dos pasos del bello Hotel de Cortés, de un refugiado español, Polo Duarte, con cuyos padres había llegado muy niño a México, gracias al apoyo del general Cárdenas (en realidad, Polo Duarte y su padre, del mismo nombre, Leopoldo Duarte, había llegado a México mucho antes de la Guerra Civil española, y su primera librería estuvo en el desaparecido Mercado del Volador, donde ahora se encuentra la Suprema Corte de Justicia; Duarte viejo comerció primero con libros de teosofía)”.

René continúa: “Polo Duarte tenía verdaderos tesoros, libros viejos y nuevos, espléndidos... Allí se hacía una tertulia sabatina en la que predominaban los españoles: concurrían el poeta Juan Rejano, el novelista Vasco Simón Otaola (aparte, Ota, como le llamábamos, del que me convertí en un gran amigo, era publicista de cine, lo que ahora llamamos creativo y se encargaba de hacer los posters de las películas mexicanas y extranjeras), y el crítico de cine Francisco Pina, todos ellos republicanos y hombres de vasta cultura y amplia generosidad”.

Entre los jóvenes iban Gustavo Sainz, Gerardo de la Torre y yo, desde luego... Invariablemente concluíamos con una visita a El Hórreo, restaurante español que permanece a un costado de la Alameda...”

Agrego que ahí conocí a Gabriel García Márquez, antes de que escribiera Cien años de soledad. Todavía poseo el primer libro que le compré a Polo, en abonos: El liberalismo europeo, de Paul Hazard, que me pidió el maestro Arturo Arnáiz y Freg, para un trabajo en Ciencias Políticas.

Ahora, René y yo también escribimos en la legendaria revista Siempre!, 70 años más René. Felicidades!

* Aparecido en la Revista Personae. Año XII. No. 136. 2011. Pp. 46-47.