por Marco Aurelio Carballo
El autor de Tantadel y de Réquiem por un suicida estaba comiendo con un editor y platicándole algún pasaje de su vida. Al terminar, éste le sugirió que escribiera la anécdota que acababa de platicarle. René Avilés Fabila hizo la seña que significa un momentito y fue a su coche y sacó de la cajuela un mamotreto como de quinientas cuartillas. “Aquí está”, le dijo, seguro. “Aquí está lo que acabo de platicarte y otras cosas” René cuenta que el editor debió de haberse horrorizado por la magnitud del escrito, pero que lo recibió y en seguida lo aceptó y poco después estaba en las librerías con el título de Recordanzas.
He seguido muy de cerca la carrera de RAF y he atestiguado algunos avatares en cuanto a conseguir editor, después de que él me ayudó a publicar La tarde anaranjada y otros cuentos con la editora y poetisa argentina Elena Jordana. Esa vez, recuerdo, él comentó que con el primer libro uno conseguía muchas reseñas y críticas, pero que a partir del segundo o era ninguneado o se ensañaban con el libro. Recuerdo también que no sólo nos conectó a Elena Jordana y a mí sino que igual le hizo llegar el libro a algunos críticos, que decidieron ignorarme. Sólo uno leyó el libro, el escritor Rubén Salazar Mallén, y de esa lectura se salvó un texto; es decir, quedé como trapeador, y como trapeador de retrete, además. René se mostró avergonzado, pero yo encajé la crítica como el que muerde el polvo de la lona y sólo espera a que la cuenta llegue a ocho para incorporarse.
En correspondencia, cierta vez organicé una cena para el Águila Negra y un editor. Supe que René tenía un libro terminado. Sé también que un escritor no debe esperar en casa, indolente y apoltronado, a que llegue un editor a tocarle la puerta y le pida un original. Sin embargo, en aquella cena para nada se trató del trabajo de cada quien; o sea que ni se dijo que teníamos libros que publicar ni el editor se manifestó interesado en publicarnos. Lo entendí en mi caso y no estoy tirándome a la lona. Pero fue insólito que él no se interesara en publicarle a René.
Días después el impresor comentó algo así como “qué rara cena”. Lo que no fue raro es que el libro Memorias de un comunista estuviera en las librerías uno o dos meses después editado por Gernika. René ha publicado El gran solitario de Palacio en Argentina y Réquiem por un suicida en España, y no sería extraño que un año de estos, sus libros estuvieren bien distribuidos en los países de habla hispana gracias a que una editorial poderosa se los publicara.
En la historia moderna de la narrativa hay casos inauditos de desencuentros entre escritores y editores. Recuérdese el del editor español que rechazó Cien años de soledad y a causa de lo cual Gabriel García Márquez tuvo que enviarlo a la editorial Sudamericana, en Argentina. Para encubrir su falta de visión, el editor aludido se cansó de explicar, mientras vivió, que no hubo tal rechazo sino que se había ido de vacaciones. Desde luego, nada más los crédulos se tragaron semejante versión. En el caso de RAF y por los antecedentes, a la hora de hacer un balance la conclusión es que ha corrido con buena fortuna en cuanto a la publicación de sus libros, si bien lo más probable es que no se trate de suerte, sino de talento. Ahora sólo falta que sus libros todos lleguen al destino final, a manos de sus lectores permanentes y a las de los nuevos, un camino minado como lo es también la travesía ardua del escritor hacia el editor.
* Publicado en el Suplemento Cultural del Excélsior, El Búho. 17 de noviembre de 1996.