Quizás una de las mayores tentaciones de muchos escritores, cristianos o no, sea reinterpretar los textos bíblicos, porque no en balde son una de las mayores expresiones literarias que se han escrito. La Biblia -los Viejos y los Nuevos Testamentos-, si se lee exclusivamente como literatura, es deslumbrante: en el Libro está concentrado todo lo humano y lo divino, lo concreto y lo posible; no hay, para decirlo con un lugar común, pierde alguno. Las historias que ahí se relatan, desde Adán y Eva y el Paraíso, hasta la pasión de Jesucristo, suscitan cualesquiera sentimientos y reflexiones, menos indiferencia para propios y extraños -léase cristianos o musulmanes o budistas, etcétera. ¿O no es, como afirman los que saben, El cantar de los cantares, la mayor expresión de la poética erótica de todos los tiempos? Y eso es sólo botón de muestra.
Autores contemporáneos de distintas latitudes han hecho su propia versión de los textos bíblicos, en especial los que se refieren a la vida, pasión y muerte de Jesucristo (Kazantzakis, Saramago et al), y los mexicanos no han quedado fuera de esa tentación: Leñero, Aguirre y, ahora, René Avilés Fabila.
El evangelio de René Avilés Fabila no es una novela, como las de los autores atrás mencionados, sino una serie de reflexiones en torno a aquel asunto. Quienes conocen a este prolífico, inteligente y mordaz escritor, saben que su discurso va de lo serio y hasta solemne al juego y la irreverencia; el libro que comento no escapa de esos linderos.Católico por necesidad, René se ha mantenido al margen de las prácticas religiosas, y antes bien ha mostrado un escepticismo casi ateo en esas cuestiones, mostrándose más que severo en cuanto a las tareas terrenales de los “seguidores de Cristo”. Pero de que el mito y la historia le preocupan no tiene vuelta de hoja. Por eso, su Evangelio va de lo serio a lo lúdico: no hay, para el autor, ninguna posibilidad de neutralidad. Asegura, por ejemplo, que fueron los hombres quienes inventaron a Dios y no a la inversa; que la existencia del Demonio (el Mal) es indispensable y natural, y que incluso la ecuación de la existencia de ambos pudo haberse generado a la inversa: primero el Mal y después el Bien.
“Es necesario fundar una nueva religión, una donde el rey de la creación sea el ser humano y quien para no aburrirse decida moldear a su imagen y semejanza a uno o varios dioses según las necesidades de cada pueblo y cada cultura y le conceda poderes sobrenaturales para que pueda decirnos que él nos ha creado o inventado” puntualiza Avilés Fabila.
Pero el autor no se concentra en una figura bíblica determinada, digamos Dios o su Hijo, sino hurga aquí y allá y analiza figuras “secundarias” como la Virgen María, Magdalena y los apóstoles. Admite que quien o quienes hayan escrito esos textos fundacionales fueron verdadero artistas, aparte de profundos conocedores de los recovecos del alma humana. Y está de acuerdo por eso, en que la Biblia es, ante todo, una obra literaria de primerísimo orden:
“Como novela, la Biblia es perfecta, posee las características de las mejores obras de todos los tiempos, quizás en algún capítulo haya descuidos y los personajes se diluyan en el aire, las fechas sean de poca precisión, pero eso es culpa del tiempo y no de los autores. Tendrían que estar, por otra parte, más de uno de los Apócrifos. La Biblia es dinámica, no estática y seguirá creciendo merced a los hallazgos (como Los Rollos del Mar Muerto); como señalaba el escritor mexicano Juan José Arreola: ‘Toda belleza es formal’ y la Biblia es, con sus excesos y asperezas, pura belleza”.
Libro mitad serio mitad juguetón, éste de René es fundamental en su bibliografía, así sea que los lectores podamos estar de acuerdo o no con sus interpretaciones y propuestas; es decir, se trata de una obra provocadora, lo que la vuelve de inmediato merecedora de toda la atención de los lectores.
René Avilés Fabila, El evangelio de… La mosca muerta (Plan C Editores), México, 2009; 148pp.
* publicado en la Revista Siempre!, 14 de febrero de 2010.