René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Recordancia y miramiento a Avilés Fabila*
María Luisa Mendoza**

Tratar de meter en una nuez la vida literaria, académica, periodística y de vida verdadera, que dijera Proust que es una locura que no se me antoja por su casi imposibilidad, es tan brillante... Uno se refugia en el eterno “lo conocí”, el cual, escrito por él, es siempre formidable. Era el guapo de las letras, el más joven; sus amigos ya caminaban con él a la fama. Uno solamente miraba bizca las maravillas de sus presentaciones y la forma temeraria de incursionar en la política sin necesidad de gritar severamente como los jóvenes revolucionarios de nuestras novelas, llenando las noches de frases inolvidables desde los libros y los periódicos. Luego se fue a París y no salíamos del asombro... era el primero, junto con Carlos Fuentes… París y la Sorbona, los plátanos y las avenidas, el vino y las telerotas, el jazz y yo no sé si era el tiempo de la Grecco, indudablemente amasia de René si no fuera porque iba con su mujer como en pintura, la única esposa a través de los siglos, eternamente suya (por eso René ha de haber podido librar los arrecifes con una compañera tan sólidamente leal). Luego de varias estampidas de antipatía, de arrobadores descolones de mi parte heridos somos muy peligrosos), extrañamente empezamos a ser amigos de verdad. En su casa le presentaba libros, me presentaba libros, reíamos mucho, quizá viajábamos más en la imaginación, él siempre escribiendo y dándome el ejemplo de lo que es un escritor de verdad, incansable, empeñado en ser cada vez mejor sin ver y oír los grititos desaforados de una mafia peligrosa, casi siciliana, apretada por el dedo de Dios sin permitir la entrada de nadie, y si ya estaba —como es mi caso, no me lo contaron— echarla fuera.

Pero estoy aquí escribiendo de René Avilés Fabila, escritor absoluto como los cantantes o los bailarines; si fuera ruso tendría el título, pero nada más posee 50 años de escribir novelas, cuentos, crónicas, de dirigir planas culturales, revistas, etc. Le hemos hecho homenajes sin fin por el planeta, de bailidos y cantidos, de recitaciones y florecimiento de flores, de íntimas comidas prodigiosas y de páginas tantas, casi como las de su magín, escritas alrededor de su elegante persona vestida de gris y azul marino y saliendo avante de enemigos horrorosos y gratuitos como los tenemos casi todos, y los cuales a mí por lo menos me desangran en el suelo arteros y embozados.

Hemos sido becarios del Sistema Nacional de Creadores y peticionarios, juntos, como Ricardo Garibay como piñas. Es un amado escritor de Rubén Bonifaz Nuño, que lo quería como a un hijo, hasta la muerte del inmenso escritor. No tiene perros en su casa, como sí un San Bernardo Garibay, al cual le compraba diario un cubote de hielo y amenazaba con regalarle uno a Avilés. Estoy diciendo puras bobadas, pero no quiero meterme por los senderos que mucho se bifurcan de su biografía; soy incapaz de aburrir, y, menos bordando, sobre alguien tan feliz, alegre, divertido, bueno como el pan de Acámbaro, y con vida tan extensa que mi próxima solicitud de beca va a ser para estudiar sus inacabables títulos de libros, de crónicas, de premios, de nombramientos, de jefaturas, sin contar las largas filas de novias o pretensas, por lo menos. Además ya se me acabó el espacio, mas no la vida para quererlo en su homenaje en la Universidad Autónoma Metropolitana. **

* Texto aparecido en el periódico Excélsior, sábado 18 de mayo de 2013.
marialuisachinamendoza@yahoo.es
** Escritora y periodista