René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Setenta años de erotismo y humor sarcástico
Mario Saavedra

La creación artística se ha debatido desde siempre, y conforme nuestra condición humana, entre dos fuerzas antagónicas y a la vez complementarias: Eros y Thanatos. Constantes también de toda nuestra tradición literaria de Occidente, amor y muerte constituyen los temas perpetuos del que ha sido el más fiel de los espejos de la existencia del Hombre. Como escribiera el alemán Walter Muschg en su trascendental Historia trágica de la literatura, “...amor y muerte forman el vórtice sobre el cual se apuntala toda nuestra herencia literaria, legado que ha tenido en estas dos fuerzas la base y el porqué de su existencia”.

Y si estos han sido los fundamentales y más visibles pivotes sobre los que se sostiene el andamiaje literario, y por lo mismo la base del llamado arte literario clásico, en ellos descansa de igual modo la prolífica y polifónica obra narrativa de René Avilés Fabila. Escritor siempre propositivo que por otra parte ha nadado a contracorriente con respecto al más bien “lacrimoso y flagelante” panorama de la literatura mexicana, definido por Xavier Villaurrutia como “predominantemente melancólico y de hora crepuscular” en su medular ensayo Introducción a la poesía mexicana, caben de igual modo en la obra de este escritor tan incendiario como entrañable el humor desenfadado y la ironía despiadada, la observación meticulosa y la imaginación desbordada.

Fiel a una línea personal desde sus inicios, que en su caso ha trabajado además el género fantástico como pocos (heredero directo, en este sentido, de Marcel Schwob, Jorge Luis Borges y Juan José Arreola), la plural y sui generis obra de René Avilés Fabila representa un hito en el curso de la literatura mexicana de las más recientes cuatro décadas. Inteligente y muy agudo lector, por 1o que la mayoría de las veces aparecen en su obra las más justas y reveladoras citas -respetuosos e invaluables homenajes-, su literatura oscila entre la imagen inesperada y el corrosivo sarcasmo, entre el ingenio fabulador y la devastadora picardía. Quien hace escasos tres años celebró los cuarenta años de la publicación de su incendiaria Los juegos de 1967, esa precoz novela a la usanza de La mafia de Piazza permaneció mucho tiempo satanizada, por el desparpajo con que evidencia las trampas de una política cultural y literaria donde no siempre están todos los que son ni son todos los que están, sólo aquellos se disponen para salir a tiempo en la foto.

Valiente y feroz analista de la vida política mexicana de la que se ha hecho uno de sus más enconados críticos, talante por el cual se ha ganado innumerables enemistades pero también el incondicional respeto de quienes son capaces de apreciar tales severidad e intuición, Avilés Fabila ha sido ante todo leal a sus convicciones. Cuentista y novelista de sorprendente imaginación, y escritor de innegables recursos estilísticos, la transparencia y la gracia de su escritura son las virtudes cimeras de quien el pasado domingo 28 de febrero fue objeto de un más que merecido homenaje por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México en su Feria del Libro del Palacio de Minería, en los por cierto todavía no cumplidos setenta años de vida de este también protagonista (¡le pese a quien le pese!) de nuestros quehaceres cultural y literario de las más recientes cinco décadas. Por razones extraliterarias excluido muchas Veces del llamado Parnaso de nuestras letras, como tantos otros valiosos escritores mexicanos que igualmente han sido víctimas de un canibalismo y un ninguneo que por desgracia permean nuestra corrosiva condición, lo cierto es que la obra de René Avilés Fabila ha ido ganando terreno con el tiempo, y cada nuevo libro suyo resulta prueba fehaciente de ello.

Escritor y periodista de tiempo completo por vocación y por convicción y autor de una obra tan nutrida como multitonal (al igual que maestro y amigo particularmente generoso), de no menos obligada lectura resultan los ya clásicos de nuestro acervo literario contemporáneo El gran solitario de Palacio, Tantadel o La canción de Odette.

Autor del no menos imprescindible y evocador Hacia el fin del mundo, compendio de veintiún pequeños relatos que muy bien revelan su talento tanto fabulador como satírico, alcanzó su plena madurez literaria con Réquiem por un suicida, libro que a menos de un año de su lanzamiento en México, en 1991, ya había tenido su tercera edición en España.

Estupendamente escrita, esta demoledora novela da cabida a dos de las más firmes constantes en la obra de este dotado y rebelde polígrafo, que decía lo son del arte todo: Eros y Thanatos.

Réquiem por un suicida viene a ser una por demás sobrecogedora y elocuente reflexión sobre la existencia, un desgarrador viaje introspectivo de iniciación hacia la muerte de mano propia, de frente a aquel estado de “inconsciente consciencia” que según Sartre y los demás existencialistas constituye el único posible acto de libertad absoluta, y que por su implacable peso específico con lo dicho y como se dice nos recuerda a los más despiadados narradores decimonónicos rusos.

De frente a la muerte, en realidad se trata de un diálogo con la vida, con la maldita vida, con eso que irónicamente llama nuestro no menos admirado Fernando Vallejo (como los ya necesarios El evangelio según Jesucristo de José Saramago y La puta de Babilonia del propio Vallejo, René tiene su Evangelio según René Avilés Fabila, que sabemos se encuentra ya agotado en su primera edición) “el don de la vida…”

* Publicado Siempre.Mx 23 de marzo 2010